Un sindicato de sicarios en huelga, un par de leones flacos que no comen por depresión, un cuidador que ha desaparecido, un hombre destinado a ser el bocadillo de las fieras, una familia de testigos de jehová, un adolescente a punto de ser absorbido por la “maña”, un veterinario que da terapia psicológica a mascotas, son algunos de los elementos que conforman esta novela desternillante de Alfonso López, cuyo oficio, en esta entrega literaria, se suscribe a un realismo fuera de serie, un realismo que no coincide con la novela sobre el crimen o la famosa narconovela. Como lo hiciera Alberto Laiseca con su propio “realismo delirante” para clasificar su escritura, López en esta novela inventa su propio género: el naturalismo fársico, ya que logra retratar a detalle, con escalpelo psicológico, una realidad que se anula a sí misma por su propio sinsentido. Esta escritura logra eso, un desenfoque, como cuando miramos un objeto tan de cerca que termina por difuminarse, diluirse en la vista. La melancolía de los leones se compone de personajes ocurrentes, divertidos, socarrones, malencarados, psicópatas, fanáticos y cándidos y en su conjunto producen una risa agridulce, pues finalmente giran alrededor epicentro terrible: la violencia derivada del narcotráfico al sur de Sonora.
Si en el relato bíblico de “Daniel en el foso de los leones”, el profeta se salva de ser devorado porque fue hallado sin culpa delante de Dios, en este libro no hay cabida para las expectativas ni para el exceso de confianza: aquí nadie es inocente y nadie saldrá ileso, porque éstas son tierras abandonadas por la divinidad. Ni siquiera los leones, mascotas preferidas por los amos del narcotráfico, pueden librarse de la masacre, pues podrían morir intoxicados, de un momento a otro, por zamparse a un fumador de cristal.
Con un ritmo trepidante y un registro coral muy preciso, dos virtudes que ya reconocemos en el autor, las dos tramas que convergen en el texto resaltan con sutilidad el ecosistema de la violencia que circunda y, gracias a la pericia de Alfonso López, podemos ver aquello que escapa delante de nuestras narices: la furiosa melancolía que produce estar vivos y siempre al borde de la muerte. Ésa es la tensión que captura, como si fuera un león enjaulado, esta obra entre sus páginas.